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Notas

Transición de las Rosas de Nicolás López Pérez
Transición de las Rosas de Nicolás López Pérez

Transición de las Rosas de Nicolás López Pérez

(El resplandor de López Pérez)

Por Julio Barco

 

Leyendo Transición de las Rosas pensé, de súbito, en la escuela que verásteguiana (1) a inicios del siglo XXI: entendimiento de un poemario como espacio y tiempo donde se desata el yo como hacker que, en su itinerario mental-lírico, busca reformarse, resetear los sentidos y alcanzar lo epifánico, es decir, arrastrar el lenguaje cotidiano a sus extremos donde su épica destroce los límites y amplifique la brújula de poeta. Es decir, el ser del poema desarrolla el texto como un viaje hacia el gozo, pero también un camino de conflictos y resplandor con la lengua. También hay que observar otro guiño con el autor de Splendor: las rosas y el saber poético.

Para los que leyeron las 1000 páginas de Splendor, entenderán como el rol del poeta se funda sobre una exploración mental donde la rosa funciona como un imán para entender la armonía mental (estado poético en sí) o el espacio donde se funde y yergue lo poético. Un saber hecho por rosas también es símbolo de un estado de virtud, de carácter hermético y/o de gracia donde lo poético es continuidad del ser, del pensamiento y del estar. Es decir, el poeta se torna una suerte de sacerdote y su ocio profundo una búsqueda (2) no solo de la palabra perfecta sino de la situación mental de libertad, de rebeldía, de gozo donde realidad y palabra se fundan en una sola vibración. Este saber, no solo poético, también es místico y gnóstico. López Pérez en su transición nos motiva a pensar en una mutación alquímica

Entonces pintar la nueva poesía de Latinoamericana es actuar como un hacker frente a los algoritmos ya fundados. Franquear, desde la lucidez o el gozo rítmico, un sentido mayor. Es decir, lograr ese poder chamánico de controlar el signo y fundar sobre ellos la nueva energía, es decir, el nuevo sol, o la nueva conciencia poética. Esto no es para nada nuevo, y ya desde Rubén Darío y su idea del poeta como pararrayo de Dios, o en Nicanor Parra y el poeta como la voz de la Tribu, observamos ese lado de viaje de un extremo a otro de la lengua. Nicolás López Pérez, tal cual, es una antena de los signos y sus rotaciones aunque su pentagrama se desate en tiempos de internet e incertidumbre.

Pensemos, por ejemplo, en lo trazado por la vanguardia de inicios del siglo pasado: una vasta cadena de trabajos que, de Huidobro a Arturo Borda, pasando por Oquendo y Churata, nos desvelan la nueva magia y mitología que mana el signo y su voltaje.

Ya desde el inicio la idea de “transición”, en la primera etapa llamada La trayectoria perpetua, nos obliga a pensar en un puente, un camino de un extremo a otro, un espacio que no es de llegada sino de inevitable itinerario, ¿será por eso que, dentro de las primeras claves del libro nos encontramos con aquel verso con guiño a Lezama Lima donde se expresa que:

huye
antes que alcances
tu definición más precisa (3)?

Es decir, la posibilidad de la transición solo puede darse desde la duda, el desencanto por lo “sólido” o “definido” dentro de la posibilidad del poema. Duda hipertélica no solo del autor de Paradiso sino de otros vates como Martín Adán en los versos del famosísimo Escrito a Ciegas donde la urgencia por explorar lo vital y seguir, aunque a oscuras, se canta en “proseguir o seguir/ a pie hacia el ya” (4) Esta incertidumbre, que también posee la ciencia actual (5) imprime a  su poesía de dos factores: a) por un lado, la posibilidad de amplificar los sentidos de lo que es poético, b)la renuncia a una definición cerrada de la poesía. Esta bifurcación, la observamos por ejemplo en versos como:

I.No hay cabeza a la cual entender ni cabeza que entienda la mía.

II. ¿Qué es cierto? Los hechos del pasado no coinciden. Las fechas, sí.

III. Prender. Desprender. Aprender. En esa historia no está la belleza. (…) (6)

Aquí vemos, por ejemplo, como aquellas incertidumbres imponen al yo poético que versa una situación de alteración sobre el propio código con el que cincela su energía. Como también esta división de sentidos, impone una reforma de lo que podemos decir y no:

Hace mucho que no me dejaba llevar por la química.
Otro lugar. Donde el tiempo favorece al suspiro.
Un adentro que desea escapar. Vivimos en el mismo
           cuerpo. Con probabilidad, un nuevo tipo de vacío(7)

Si la física moderna nos invita a pensar en un desorden de sentidos de entendimientos de la realidad, la praxis poética moderna no escapa a ese desorden ni puede curarse de ese no saber cómo asir el mundo, considerando que su objeto de trabajo es algo tan caprichosamente mercurial como la palabra. Finalmente, si no sabemos   qué es la realidad en sí misma, ¿sabremos qué es la poesía en sí misma? Estas deliberaciones metapoéticas llevan a que la transición poética de López Pérez sea golpeada por certezas de la propia vida contemporánea, donde los poetas-sacerdotes-del-lenguaje-de-las-rosas viven entre las miles de posibilidades que desata el internet. Veamos estos versos:

Entre lo real y lo virtual. Y los que interactúan con lo que produce, se confunden. Lo virtual se
              hace real y lo real, virtual.

Un poema es también física cuántica. (8)

 

Aquí se observa lo incierto que puede ser el viaje poético en una realidad que se refracta en tantas posibilidades como nos ofrece la globalización. Aquí, observamos, como el poeta de esta era, donde todos los lenguajes convulsionan en un aquí y ahora tan fugaz como azaroso. Cruzar, atrapar, entender la configuración de un lenguaje poético dentro de las redes y píxeles produce una convulsión, un registro donde se sabotea tanto el yo creador, como el objeto donde se crea la obra, como la posibilidad de observar la obra dentro de un escenario múltiple: un poema puede ser también el lenguaje de cualquier servidor virtual o red social que nos invite a una reflexión interna, o que nos amplifique los sentidos. En ese desorden, en ese  delirio, Nicolás López Pérez encuentra un clima creativo que aprovecha todos los códigos y rutas que abre la mente curiosa del nuevo ecosistema. No observa un límite, sino que abre un poetizar donde las viejas escuelas retóricas o poéticas podrían observar límites, hay una "trituración de entendimiento", que permite encontrar arte donde otros solo hallarían absurdo o música vacua, pero la encuentra siendo consciente de las cualidades de su técnica, sostenidas en un registro amplio, un conocimiento sólido y un ritmo creativo que pasa de un pentagrama a otro. Esto le da a su libro una distancia de los poemarios donde solo observamos poemas, para entender la dimensión de cada pieza dentro de un laboratorio más amplio.       

Como ya todos los registros son necesarios para pintar el nuevo cielo lírico, en Transición de las rosas vemos algunos diagramas :

 

Nicolas Lopez Perez, escritor chileno

 (9)

Textos que nos abren la puerta de seguir explorando el vasto registro entre los sentidos del lenguaje, sus límites, la cultura, la posibilidad del decir, el lenguaje como una cámara que registra y se observa, la posibilidad de usar el lenguaje para configurar o armar un estado de ser, que también sea una suerte de caleidoscopio que muestre la propia vacuidad o compulsión del ser y su sabiduría. Como digo, López Pérez gana en esta apuesta por los conocimientos previos que maneja y la soltura y plasticidad de su lenguaje.

En la siguiente etapa del libro, Los campos magnéticos, accedemos a otros registros como las imágenes. Por ejemplo, el poema (¿?) gráfico Todo es un girasol

 

Nicolás López-Pérez escritor chileno

 

Pienso que poetas como Héctor Hernández Montecinos y la movida mexicana de la Red de los Poetas Salvajes son también influencias dentro de la obra de López Pérez: un acuerdo entre lo muy culto y lo muy pop que, sin duda, transgrede e invita a trasgredir la vieja guardia lírica del continente. Si, por ejemplo, abrimos los largos trabajos de Yaxkin Melchy o David Meza, otearemos un registro donde toda la propaganda moderna es canibalizada por usarla en pro de un poemario que no solo sea un dibujo sentimental o perfecto del tiempo sino una suerte de capilla Sixtina que registre todo lo real. Es cierto, no nos confundamos: no todos estos registros, en su locura libertaria, alcanzan el grado de lo bueno, o aceptablemente riesgoso dentro del campo desde donde se yerguen. Hay mucha charlatanería y vacuidad en estos registros; felizmente, no es el caso de López Pérez. Y quizá el mal ejercicio de poetas con pautas de hipervanguardistas como escribir poemas sin poemas, o poemas con dígitos interminables que no lleven a ningún sitio nos impida ver detrás de la mata salvaje. Hay que agudizar bien los sentidos y la mente, ser autocrítico y entender que una vanguardia de altura es directamente proporcional a un conocimiento inherente de lo ya establecido. En Transición de las rosas hay lecturas y entendimiento de sus registros y crítica poética de sus límites y algoritmos. En fin, los lectores de poesía nos caracterizamos por ser bastante aburridos con lo que en apariencia es nuevo pero tiene bastante de vetustez.

En la poesía, como en ciertos vicios, se agradecen los pinchazos de novedad, pero sostenidos en un viejo registro de las esencias previas. Sin ello, la casa no se sostendría más que apariencias que, eventualmente, la desplomarían.  Lo que quiero decir es que lo aparentemente fácil de estos registros es, en verdad, consecuencia de una exploración profunda. Y sin eso, solo sería un arte verborreico y somero. En la segunda parte de Transiciones de las Rosas miramos también una apertura a poemas brevísimos como escritos con plumón en las paredes o postes de las avenidas:

Todo está en mi mente

Me despido de la imagen

La calle la hace el camino


Donde sigue reinventándose, buscándose y sosteniéndose por el ritmo de sus versos saltando por diferentes registros. La penúltima parte de libro, “Cuaderno de Tel Aviv” es precisamente eso: un cuaderno que registra el estado de la escritura, de país en país, los subrayados y el pensamiento poético de todo con un ritmo espontaneo y bastante logrado en los detalles. Finalmente, En defecto del silencio, cierra este itinerario de cambios y mutaciones, con poemas donde las claves son el pensamiento sobre el sentido del viaje, tanto en los lenguajes como en la propia música (destacan los poemas dedicados a Ravel, Beethoven, Brahms, entre otros) como el largo Ejercicio de anfibología (Poesía para libros de personas) que registra la pirotecnia de pensarnos como libros, o vivir el verso como un eterno sistema de cortes y configuraciones.


***

 

Finalmente pienso en la poesía chilena, con su enorme caudal de voces y signos y miradas. Huidobro y su poesía caudalosa pero lúcida y libertaria frente al poético lírico clásico, o la potente poesía de Pablo de Rokha con uno de los registros más furiosos de Latinoamerica. Pero también en otros como Teófilo Cid, o Rosamel del Valle, o Zurita, en fin, la poesía chilena tiene una diversidad increíble. López Pérez, ahí brilla,  con un mundo propio que como un nuevo astro brilla con un nuevo magnetismo. Hay escuela y luz en su arte, lo necesario para motivar las transiciones vitales.

 

 

NOTAS

(1)Enrique Verástegui escritor de la ópera Splendor, es quizá uno de los más grandes exploradores de los límites de verso, de lo poético como un espacio de búsqueda y resplandor.

(2)El poeta como sacerdote de un saber recuerda a otros autores del siglo XX latinoamericano como Jorge Teillier y el poema como Guardián del Mito, aunque, claro, entendiendo los detalles singularísimos de cada propuesta.

(3)Del poema Inventario.

(4)Poema escrito por Martín Adán en respuesta a Cecilia Paschero, colaboradora de Jorge Luis Borges. Curiosamente, este autor también tiene una fuerte relación entre su poética y las rosas. Buscar el libro: Sonetos a la rosa.

(5)Por ejemplo, la relación de indeterminación de Heinseberg.

(6)Del poema Cabeza a través del espejo.

(7)Del poema Libre de pecado, primeras piedras.

(8)Del poema  Engañar al polígrafo.

(9)Del poema-gráfico: Tecnocracia de lo sagrado.