Tecnología, sexo y calles. Desiertos, ardor y noches en vela. Las conglomeraciones, la ansiedad de comunicación y el meterse la mano dentro del pecho para encontrarse con nada. Lenguaje en continua transformación y vísceras triturando como las mollejas de los gallos, al amor, es lo que resulta de unir a un joven y su vagabunda precocidad de Rimbaud, con la poesía orgánica de los últimos tiempos; o sea, aquella que utiliza el Big-data y la botella barata de ron para ir tras un fulgor que devele un destino. Hablamos de una obra vastísima y vertiginosa que se acaudala alma abajo arrastrando las posibilidades cibernéticas como troncos a la deriva sobre los que se agarran-aferran náufragos los sueños. Esta poesía juega y programa formas fractales de comunicar. Como los mosaicos de Pompeya, la poesía de Barco, quiere formar un universo. Más allá de toda pretensión eterna, está su lengua que impone una necesidad, leemos los poemarios de Julio Barco y vemos en ellos la evidencia de la perecedera situación de nuestro mundo. Sus poemas son vestigio, manchas de sombras que quedaron en los bancos de hormigón en Hiroshima, cuando la bomba deshizo la piel de los amantes que se besaban.
Zeuxis Vargas, prólogo a Sistema Operativo (lea el libro dando click aquí)
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